"Fue
el 14 de junio de 1967, Día de la Bandera, cuando mis padres, mi hermana y yo
nos cambiamos a nuestra casa recién terminada que Louis Kahn nos había
proyectado. Aunque sólo tenía nueve años, yo sabía desde el principio que
nuestra casa era diferente. Un hombre del barrio dijo: "pienso que tendré
el gusto de verla cuando se destape". En realidad, tomó un poco de tiempo
antes de que la casa fuese aceptada por la comunidad.
Mis padres iniciaron su relación con Kahn en
1960, después de varias desafortunadas entrevistas con otros arquitectos del
área. Aunque Kahn era más ampliamente conocido por sus edificios públicos,
ellos admiraban su estilo contemporáneo, su apreciación de la luz natural y sus
realizaciones visionarias. Poco los hizo pensar que se embarcaban en una
aventura de siete años hasta terminar la casa y una relación de por vida con
los seguidores de Kahn.
La casa se asienta sobre una suave pendiente que
tiene en la parte baja un arroyo serpenteante entre el prado y árboles al
fondo. Kahn también diseñó el puente que cruza el arroyo. Un cubo más pequeño
se ubica a la izquierda de la estructura principal, ocultando ingeniosamente la
unidad de aire acondicionado y sirve también como almacén.
Muy pocas ventanas se abren en la fachada de la
casa que da a la calle. Mientras que en las fachadas de la parte posterior se
incorporaron combinaciones de ventanas rectangulares grandes y se insertaron
ventanas verticales de uno y dos pisos. Para mi, las ventanas proporcionaban
oportunidades únicas para jugar: Enrollaba una cuerda robusta alrededor del
escritorio ubicado en mi habitación del segundo piso y salía por el hueco de la
ventana, en una salida nada convencional de mi cuarto. También con una blusa
desde una ventana abierta al otro lado para espiar a mi hermana en el cuarto de
baño, lo que le causaba mucha molestia.
Sin embargo, el recuerdo más memorable de todos,
y el más apegado al pensamiento de Kahn, era el uso que le daba a la parte
superior de la ventana colocada en la sala de estar (con unos 18 pies de altura
hasta el techo). Con un libro en la mano, escalaba y me acomodaba en la parte
superior y sentía como si descansara entre los árboles. El sol fluía a través
de los amplios ventanales, filtrado ligeramente por las hojas de los árboles de
arce. Aunque Kahn no pudo haber anticipado mi uso de la parte superior de la
ventana, creo que no le habría sorprendido. Él tenía una visión muy divertida
de la vida. Una vez vino a cenar a la casa, cuando era yo una adolescente, y se
fascinó con un pequeño juguete de plástico, lo tuvo mucho tiempo hasta que lo
abandonó.
La actitud juguetona de Kahn se manifiesta en la
casa. Me encantaba mostrar a mis amigos las excentricidades ocultas de mi
hogar: por ejemplo, la TV oculta detrás del asiento incorporado a la ventana,
las persianas de la ventana desplegable que ruedan invisiblemente en los
marcos, la puerta secreta oculta donde se guarda el equipo de deportes y la
gigantesca chimenea de piedra entre la estancia y el comedor que, como una
pared, sube hasta la doble altura.
Recuerdo que cuando era niña Kahn hablaba mucho de la luz natural y de su
variación diaria y estacional. En aquel momento no entendía mucho las
delicadezas de las conversaciones de los adultos pero, de cierta manera, las
raíces de la visión de Kahn expresadas en nuestra casa arraigaron de una manera
muy básica. Aunque ninguna de las casas en las que he vivido después puede
compararse posteriormente con mi hogar de la niñez, he sido siempre sensible a
la capacidad de una casa de capturar la luz y, con ella, la comodidad. Pienso
que Kahn estará contento".
Por: Nina Fisher.
El texto original en la revista A+U, Visions of the Real II, número especial, 2000, p. 202.
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