sábado, 12 de enero de 2013

La vivienda (emocional) en la arquitectura.



"Fue el 14 de junio de 1967, Día de la Bandera, cuando mis padres, mi hermana y yo nos cambiamos a nuestra casa recién terminada que Louis Kahn nos había proyectado. Aunque sólo tenía nueve años, yo sabía desde el principio que nuestra casa era diferente. Un hombre del barrio dijo: "pienso que tendré el gusto de verla cuando se destape". En realidad, tomó un poco de tiempo antes de que la casa fuese aceptada por la comunidad.


Mis padres iniciaron su relación con Kahn en 1960, después de varias desafortunadas entrevistas con otros arquitectos del área. Aunque Kahn era más ampliamente conocido por sus edificios públicos, ellos admiraban su estilo contemporáneo, su apreciación de la luz natural y sus realizaciones visionarias. Poco los hizo pensar que se embarcaban en una aventura de siete años hasta terminar la casa y una relación de por vida con los seguidores de Kahn.

Al final, la casa se desarrolló en un par
de cubos revestidos con madera de ciprés (uno para los espacios públicos y el otro para los privados) unidos en un ángulo de 45 grados y colocados sobre un basamento de piedra local.

La casa se asienta sobre una suave pendiente que tiene en la parte baja un arroyo serpenteante entre el prado y árboles al fondo. Kahn también diseñó el puente que cruza el arroyo. Un cubo más pequeño se ubica a la izquierda de la estructura principal, ocultando ingeniosamente la unidad de aire acondicionado y sirve también como almacén.

Muy pocas ventanas se abren en la fachada de la casa que da a la calle. Mientras que en las fachadas de la parte posterior se incorporaron combinaciones de ventanas rectangulares grandes y se insertaron ventanas verticales de uno y dos pisos. Para mi, las ventanas proporcionaban oportunidades únicas para jugar: Enrollaba una cuerda robusta alrededor del escritorio ubicado en mi habitación del segundo piso y salía por el hueco de la ventana, en una salida nada convencional de mi cuarto. También con una blusa desde una ventana abierta al otro lado para espiar a mi hermana en el cuarto de baño, lo que le causaba mucha molestia.

Sin embargo, el recuerdo más memorable de todos, y el más apegado al pensamiento de Kahn, era el uso que le daba a la parte superior de la ventana colocada en la sala de estar (con unos 18 pies de altura hasta el techo). Con un libro en la mano, escalaba y me acomodaba en la parte superior y sentía como si descansara entre los árboles. El sol fluía a través de los amplios ventanales, filtrado ligeramente por las hojas de los árboles de arce. Aunque Kahn no pudo haber anticipado mi uso de la parte superior de la ventana, creo que no le habría sorprendido. Él tenía una visión muy divertida de la vida. Una vez vino a cenar a la casa, cuando era yo una adolescente, y se fascinó con un pequeño juguete de plástico, lo tuvo mucho tiempo hasta que lo abandonó.

La actitud juguetona de Kahn se manifiesta en la casa. Me encantaba mostrar a mis amigos las excentricidades ocultas de mi hogar: por ejemplo, la TV oculta detrás del asiento incorporado a la ventana, las persianas de la ventana desplegable que ruedan invisiblemente en los marcos, la puerta secreta oculta donde se guarda el equipo de deportes y la gigantesca chimenea de piedra entre la estancia y el comedor que, como una pared, sube hasta la doble altura.

Recuerdo que cuando era niña Kahn hablaba mucho de la luz natural y de su variación diaria y estacional. En aquel momento no entendía mucho las delicadezas de las conversaciones de los adultos pero, de cierta manera, las raíces de la visión de Kahn expresadas en nuestra casa arraigaron de una manera muy básica. Aunque ninguna de las casas en las que he vivido después puede compararse posteriormente con mi hogar de la niñez, he sido siempre sensible a la capacidad de una casa de capturar la luz y, con ella, la comodidad. Pienso que Kahn estará contento".

  

Por: Nina Fisher.
El texto original en la revista A+U, Visions of the Real II, número especial, 2000, p. 202.



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